1 Pedro 1:6-9
En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas,
7 para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,
8 a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso;
9 obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.
Lynell Waterman cuenta la historia del herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada perecía andar bien en su vida, muy por el contrario: sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día.
Una hermosa tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su situación difícil, le comentó: “Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado.”
El herrero no respondió enseguida: él ya había pensado en eso muchas veces, sin entender lo que acontecía con su vida, sin embardo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar, y terminó por encontrar la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero: En este taller yo recibo el acero aún sin trabajar, y debo transformarlo en espadas.
¿Sabes tú como se hace esto?
“Primero caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo. Enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y la aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. Luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller se llena con el ruido y el vapor porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta: una sola vez no es suficiente.
El herrero hizo una larga pausa, y siguió: A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada.
Y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de fiero viejo que ves a la entrada de mi herrería. Hizo otra pausa más, y el herrero terminó: Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: “Dios mío, no desistas hasta que yo consiga tomar la forma que tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras-pero nunca me pongas en la montaña de fiero viejo de las almas.”
Sometido por Fernando Ruiz
1 Peter 1:6-9
6 In this you greatly rejoice, though now for a little while, if need be, you have been grieved by various trials,7 that the genuineness of your faith, being much more precious than gold that perishes, though it is tested by fire, may be found to praise, honor, and glory at the revelation of Jesus Christ,8 whom having not seen you love. Though now you do not see Him, yet believing, you rejoice with joy inexpressible and full of glory,9 receiving the end of your faith—the salvation of your souls.[1]
Lynell Waterman tells the story of the blacksmith that, after spending his youth in excesses decided to give his soul to God. Through the years he worked eagerly and was kind. In spite of his dedication nothing seemed to go well in his life. The opposite was occurring. He had many problems and his debts were mounting each day.
One beautiful afternoon a friend visited and was moved with compassion seeing the difficult situation that the blacksmith was in. He said, “It’s really strange that right after became a man that fears God, your life started to get worse. I don’t want to weaken your faith but in spite of your belief in the spiritual world nothing had gotten better.”
The blacksmith didn’t respond right away. He had thought the same thing many times without being able to understand what was happening in his life. He didn’t want to leave his friend without an answer though and so he started to talk. While he spoke he found the answer that he had been looking for. Here’s what he said. In this shop I received the steel before it has been formed. I have to transform it into swords.
Do you know how I do it?
First I heat the sheet of metal until it’s unbearably hot, until it turns bright red. After that without showing any kindness I take the heaviest hammer that I have and I hit it several times until the sheet takes on the form that I want. Afterwards I put the metal into cold water. When I do it the whole shop fills with noise and the vapor rises because the piece bursts and screams due to the violent change of temperature. I have to repeat the process until I get the sword perfect. One time isn’t enough.
The blacksmith paused for quite a while and continued. “Sometimes the steel that I gets into my hands can’t bear the treatment. The heat, the blows of the hammer and the cold water fill the steel with cracks. At that moment I see that the steel that I have will never become a good sword. When that happens I leave that piece in the mountain of old iron that you see in the entrance of the shop.” He paused again and finished saying, “I know that God is putting me through the fire of affliction. I accept the beatings that life gives me. Sometimes I feel so cold and with feeling like the cold water that makes the metal suffer. When that happens I think, “My God, don’t stop until I am able to take the form that you want me to be. Do it the way and in the time that you that seems best to you but don’t ever put me on that mountain of old iron of souls."
Submitted by Fernando Ruiz
[1]The Holy Bible, New King James Version, (Nashville, Tennessee: Thomas Nelson, Inc.) 1982.
Monday, February 27, 2006
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