Cada semana en Norteamérica miles de cristianos se reúnen en cientos de conferencias distintas, esparcidas a lo largo del continente. Durante el año, millones asisten a aquellas conferencias para escuchar a predicadores famosos, aprender de los maestros cristianos de grandes credenciales y disfrutar del compañerismo de otros creyentes que comparten las mismas opiniones.
Pero aún no tenemos avivamiento.
Pastores, líderes de alabanza y profesores de escuela dominical asisten a conferencias para pastores, líderes de alabanza y profesores de escuela dominical. Hombres, mujeres, parejas, solteros, ancianos y jóvenes, todos tienen sus conferencias diseñadas exclusivamente para sus necesidades. Innumerables denominaciones organizan conferencias que tratan de sus propias normas y trazan un plan para su propio grupo.
Pero aún no tenemos avivamiento.
Patrocinamos conferencias de teología, eclesiología, pureza, guía pastoral, escatología, hermenéutica, arqueología bíblica y cualquier otro tema asociado al cristianismo que se pueda imaginar. Incluso hay conferencias acerca del evangelismo.
Pero aún no tenemos avivamiento.
Pagamos millones de dólares para viajar en avión, tren, bote y echar gasolina en nuestros automóviles para llegar a las conferencias. Llenamos los bolsillos de conferencistas, maestros, facilitadores y propietarios de centros de conferencias. Gastamos un presupuesto equivalente al de un país pequeño del África en hospedaje, comida y turismo en las ciudades donde se hacen las conferencias.
Pero aún no tenemos avivamiento.
Mientras tanto, en China, donde las llamas del avivamiento queman ardientemente, la policía comunista espera que las iglesias cristianas ocultas que se reúnen en casas comiencen a organizar conferencias. Qué mejor que una conferencia repleta para apresar a líderes cristianos renegados, atarlos con grilletes, meterlos en un agujero de alguna prisión infernal y jamás volver a saber de ellos.
Pero los cristianos nacidos de nuevo lo saben y no hacen conferencias.
Considera:
La iglesia china: ninguna conferencia cristiana. Nadie asiste a una conferencia cristiana. Ningún céntimo gastado en conferencias. Pero hay un avivamiento glorioso que sigue en marcha.
Considera:
La iglesia norteamericana: miles de conferencias anuales. Muchísimas personas asisten a esas conferencias. Millones de dólares se gastan en asistir… pero aún no tenemos avivamiento.
Respecto del estado de la iglesia norteamericana y su pasión por las conferencias, la Biblia nos da una frase clave: “correr tras el viento”.
No tengo pretensiones proféticas pero sí una palabra para todos ustedes:
Algún día, tú y yo estaremos de pie delante del Señor y su trono de juicio y él nos preguntará si hemos hablado con los perdidos acerca de Él, si hemos discipulado a otros hacia la madurez espiritual, si hemos dado de comer a los pobres, vestidos a los desnudos, atendido a los enfermos y visitado al preso.
Pero no preguntará a cuantas conferencias hemos asistido.
Algunos objetarán esto. Yo simplemente pregunto: ¿están nuestras iglesias tan débiles que no podemos discipular a nadie hacia un nivel de madurez razonable? ¿Tenemos que mandar a todos a una superabundancia de conferencias para take up the slack? Si es así, deberíamos quedarnos en casa arreglando nuestras iglesias con oración, ayuno y postrados en señal de arrepentimiento. Pero, ¿lo hacemos? No, enviamos a la gente a conferencias. Y como hemos visto, tenemos miles de conferencias pero aún no tenemos avivamiento.
¿Entendemos la gravedad de malgastar los recursos de Dios de este modo? Si lo entenderíamos, tomaríamos esta fe que supuestamente creemos y amamos en serio y dejaríamos de tratarla como si fuera un hobby (con conferencias extravagantes que nos hacen sentir bien pero no logran casi nada eternal).
¿Qué pasaría si usáramos el dinero que hemos destinado a asistir a otra conferencia para pagar el tratamiento médico de una vecina que es madre soltera con cuatro hijos y no tiene seguro? ¿Qué pasaría si en vez de plantar la parte posterior de nuestro cuerpo en una silla almohadillada para escuchar un mensaje de algún dotado conferencista que hemos escuchado hablar un montón de veces, pasaríamos el fin de semana arreglando la casa de una persona anciana de nuestra congregación? ¿Qué pasaría si tomáramos todas las cosas que hemos escuchado de Jesús ya y comenzáramos a hablar a otros acerca de Él e hiciéramos buenas obras en su nombre para que cuando nos toca estar de pie delante de Él parezcamos ovejas y no cabras?
Tal vez si incrementamos las expectativas de los que pueden asistir a conferencias, o si elevamos el estándar y cada persona que va a una conferencia tiene que haber ganado a cinco personas para Cristo y haberlas discipulado hasta que alcancen un cierto nivel de madurez cristiana.
Lo curioso es que, si lo haríamos, sospecho que muchos de nosotros estaríamos preguntando ¿para qué sirven las conferencias? Tal vez nuestra pasión por las conferencias sería reemplazada por los perdidos y los hermanos.
Entonces tendríamos avivamiento.
Dan Edelen de su blog a www.ceruleansanctum.com Each week in North America, thousands of Christians gather together in hundreds of different Christian conferences scattered across the continent. In the course of a year, millions will attend thousands of these conferences to hear celebrity preachers preach, learn from massively credentialed Christian teachers, and enjoy fellowship with likeminded believers.
Yet we have no revival.
Pastors, worship leaders, and Sunday School teachers will attend conferences for pastors, worship leaders, and Sunday School teachers. Men, women, couples, singles, seniors, and youth all have conferences geared to their unique needs. We have countless denominations conferencing to handle policy and chart the future of their group.
Yet we have no revival.
We sponsor conferences on theology, ecclesiology, purity, pastoral care, eschatology, hermeneutics, biblical archeology, and any topic within Christendom we can imagine. We even have conferences on evangelism.
Yet we have no revival.
We drop millions of dollars on airfare, trainfare, boatfare, and gasoline to get to conferences. We line the pockets of innumerable conference speakers, teachers, facilitators, and facility owners. We have the monetary equivalent of the GDP of a small African nation to spend on lodging, dining, and even sightseeing within conference host cities.
Yet we have no revival.
On the other hand, in China, where the flames of revival burn white-hot, the Communist Chinese police hope against hope that the Chinese house churches will start arranging conferences. What better way to round up renegade Christian leaders by the conference-full, bind them in shackles, and toss them into some prison hell-hole—some never to be heard from again.
But born-again Chinese Christians know better, so they don’t hold conferences.
Consider:
Chinese Church: No Christian conferences. No one attending conferences. No money spent attending conferences. Yet revival gloriously blazes on.
North American Church: Thousands of Christian conferences yearly. Millions of people attending conferences. Untold millions of dollars spent attending conferences. Yet we have no revival.
Concerning the status of the North American Church and its love for conferences, the Bible supplies us an apt phrase: Chasing after wind.
I make no pretense toward the prophetic, but I have a word for us all:
One day, you and I will stand before the Lord at His Judgment Seat and He will ask us if we told the lost about Him, discipled others to spiritual maturity, fed the poor, clothed the naked, attended the sick, and visited the prisoner. But He won’t be asking how many Christian conferences we attended.
Some will object to this post. I simply ask this: Are our churches so weak that we can’t disciple anyone to any reasonable level of maturity, so we have to send everyone running off to a plethora of conferences to take up the slack? If so, we should instead be staying home and fixing our churches with prayer, fasting, and faces-in-the-dust repentance. But do we do this? No. We pack people off to conferences. And as we’ve seen, we have thousands of conferences and yet we have no revival.
Do we understand how seriously we’re squandering the Lord’s resources? If we did, we’d get serious about this Faith we supposedly hold dear and stop treating it like a hobby (with fancy conferences that make us feel good about ourselves—yet accomplish next to nothing eternal).
What if each of us took the money we had allocated to yet another conference on our calendars and instead used that money to pay for medical care for the uninsured single mother with four kids who lives down the street? What if we took the weekend we would have spent with our posteriors planted in some padded theater seat soaking up a message we already know from yet another “gifted” speaker we’ve heard a bazillion times already and instead spent that time fixing up the house of one of the elderly in our congregation? What if we actually took all the things we’ve already learned about Jesus and put them to use telling others about Him and doing good works in His name so that when we have to stand before Him we look like sheep, not goats?
Perhaps if we raised the bar for those who get to attend conferences. Perhaps if we set a standard so that before we’re allowed to attend another conference we must help lead five people to Christ and disciple them to some semblance of Christian maturity.
Funny thing is, if we did that, I suspect that many of us would be asking what the point of conferences is anyway. Maybe then, our love for Christian conferences would be replaced by a love for the lost and for the brethren.