“Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.” Lucas 15:20
Fue una gran bendición para el hijo pródigo no encontrarse con su hermano antes que con su padre. Si los dos hermanos se hubiesen encontrado cara a cara en el campo primero, hubiera sido un momento triste e importuno. Seguramente el vagabundo cansado no hubiese tomado ni un paso más. Su hermano lo hubiera reprochado por haber dejado la casa, malgastado su herencia, y por haber regresado estando tan vergonzoso. De hecho no hubiera matado el becerro gordo; si, hubiese matado toda la esperanza que había en el aquel alma tan triste y manchado de pecado.
Echando la vista y diciendo adiós a la casa, el penitente hubiese vuelto a la tierra lejana y a los chanchos. Los reproches hubiesen quebrantado la caña cascada, y apagado el pábilo que humeaba en una noche muy oscura.
Misericordiosamente, el pródigo se encontró con su padre primero, y el corazón de su padre nunca cesó de anhelarlo, su ojo luchaba en contra de la ceguedad, la lástima y los años, para poder buscar en el mismo camino por lo cual el pródigo se había ido. ¿Había reproche en su mirada o tono de voz? ¡Nunca! ¿Había una mezcla de reproche con la bienvenida? ¡No había ni una huella de reproche! ¡Ni una palabra acerca de la larga ausencia, la vida salvaje y pecaminosa! Si el hijo hubiese hecho lo que quería, hubiese confesado su pecado hasta el final y escogido por si mismo el papel de un siervo; pero hasta en eso fue frenado y silenciado con la torrente del amor de su Padre. “el dio abundantemente y sin reproche.”
Esta es una figura verdadera de Dios. El da y da otra vez. Da de sus lágrimas y sangre. Da a Su Querido y da todo lo que tiene.
F.B. Myer
“But when he was yet a great way off, his father saw him, and had compassion, and ran, and fell on his neck, and kissed him” - Luke 15:20
What a blessing it was for the prodigal that he did not meet his elder brother before his father! Had the two, by any sad mischance, met face to face in the field, it is certain that the ragged wanderer would never have gone another step. His brother would have upbraided him with leaving home, and wasting his patrimony, and coming back in so disgraceful a state. Assuredly he would not have killed the fatted calf; but he would have killed all hope in that sad and sinstained soul.
With one farewell glance at the dear old home, the penitent would have turned back to the far-country and the swine. Those upbraidings would have broken the bruised reed, and quenched the smoking flax in densest midnight.
But mercifully the prodigal first met his father, whose heart had never ceased to yearn for him, and whose eye strove against the blinding touch of grief and years, that it might still scan the road along which that prodigal child had gone. Was there upbraiding in his look or tone? Never! Was there upbraiding mingled with the first glad notes of welcome? Not a trace! Not a word about the long absence, the wild and evil life! If the son had had his way, he would have carried his confession to the end, and chosen for himself the servant’s lot; but even in that he was stopped, and silenced with the warm rush of his father’s love. “He gave liberally, and upbraided not.”
This is a true picture of God. He gives, and gives again. He gives tears and blood. He gives His darling and His All.
F.B. Myer
Thursday, February 08, 2007
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