“No se alegren de que puedan someter a los espíritus…” Lucas 10:20
La trampa que nos pone en peligro como obreros cristianos no es el vivir como mundanos ni el pecado. La trampa que nos hace caer es el desear de una manera excesiva el éxito espiritual; es decir, el éxito de acuerdo a los estándares religiosos de la época en que vivimos. Pero nunca hay que buscar algo más allá de la aprobación de Dios y siempre se debe estar dispuesto a salir “fuera del campo, llevando su vituperio” (Hebreos 13:13). En Lucas 10:20 Jesús les dijo a sus discípulos que no se regocijaran en su servicio exitoso, pero al parecer eso es justamente lo que nos produce más regocijo. Tenemos un punto de vista comercial: contamos cuántas almas han sido salvadas y santificadas, le damos gracias a Dios y luego pensamos que todo está bien.
Pero nuestro trabajo recién comienza donde Dios ha puesto un buen fundamento. Nuestra obra no es salvar almas sino discipularlas. La salvación y santificación es producto de la gracia soberana de Dios, nuestro trabajo consiste en discipular la vida de otros hasta que lleguen a rendirse totalmente a Dios. Una vida de devoción plena a Dios vale más para Él que cien vidas que simplemente han sido despertadas por su Espíritu. Como obreros de Dios, debemos reproducir nuestra propia naturaleza espiritual, y esas vidas que discipulemos serán el testimonio de que realmente somos sus obreros. Dios nos eleva a un estándar de vida por medio de su gracia, y nuestra responsabilidad es reproducir el mismo estándar en otros.
A no ser que un obrero experimente una vida “escondida en Cristo” (Colosenses 3:3), acabará convirtiéndose, no en un discípulo vivo y activo, sino en un dictador irritante para los demás. Muchos somos dictadores. Imponemos nuestros deseos a individuos y grupos. Pero Jesús nunca nos mandó a ser así. Siempre que el Señor hablaba acerca del discipulado empezaba con la palabra “si”. Nunca recurría a la contundente y dogmática frase “tú debes”. El discipulado lleva consigo una opción.
Oswald Chambers
Do not rejoice in this, that the spirits are subject to you . . . —Luke 10:20
Worldliness is not the trap that most endangers us as Christian workers; nor is it sin. The trap we fall into is extravagantly desiring spiritual success; that is, success measured by, and patterned after, the form set by this religious age in which we now live. Never seek after anything other than the approval of God, and always be willing to go “outside the camp, bearing His reproach” (Hebrews 13:13). In Luke 10:20 , Jesus told the disciples not to rejoice in successful service, and yet this seems to be the one thing in which most of us do rejoice. We have a commercialized view— we count how many souls have been saved and sanctified, we thank God, and then we think everything is all right.
Yet our work only begins where God’s grace has laid the foundation. Our work is not to save souls, but to disciple them. Salvation and sanctification are the work of God’s sovereign grace, and our work as His disciples is to disciple others’ lives until they are totally yielded to God. One life totally devoted to God is of more value to Him than one hundred lives which have been simply awakened by His Spirit. As workers for God, we must reproduce our own kind spiritually, and those lives will be God’s testimony to us as His workers. God brings us up to a standard of life through His grace, and we are responsible for reproducing that same standard in others.
Unless the worker lives a life that “is hidden with Christ in God” (Colossians 3:3), he is apt to become an irritating dictator to others, instead of an active, living disciple. Many of us are dictators, dictating our desires to individuals and to groups. But Jesus never dictates to us in that way. Whenever our Lord talked about discipleship, He always prefaced His words with an “if,” never with the forceful or dogmatic statement— “You must.” Discipleship carries with it an option. –
Oswald Chambers
Friday, April 27, 2007
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